La cara oculta de las esculturas urbanas
Las manos de la artista Ana Luisa Benítez fueron las encargadas de moldear más de 30 esculturas al aire libre dispersas por Gran Canaria
C. GONZÁLEZ
Muchos canarios han pasado alguna vez junto a alguna de las esculturas urbanas al aire libre que las manos de Ana Luisa Benítez han moldeado a lo largo de varios años. Más de 30 creaciones dispersas en diferentes municipios de Gran Canaria que dan un toque diferente a algún rincón, una calle, una rambla o un parque.
La imagen de Mary Sánchez, inmóvil en Las Canteras, la de John Lennon, en Telde o la de la windsurfista, en Pozo Izquierdo han salido de su taller en Tafira. Un lugar en el que la pintora y escultora grancanaria ha convertido en centro de sus inspiraciones. Gracias a su nutrida obra, el Ayuntamiento de Las Palmas de Gran Canaria le otorgó este año el título de Hija Predilecta.
Ha pasado toda su vida dedicándola por entero al arte, por eso asegura que lo que le gusta es crear, "ya sea música, pintura o esculturas. Yo no puedo vivir sin crear aunque sea con una tijera haciendo recortables". Esta mujer alegre y vital, que irradia energía en cada movimiento, disfruta con lo que hace y sostiene que si no crea "me parece que estoy muerta".
En su casa, repleta de obras que ha hecho con sus propias manos, no hay televisor. No entiende cómo las personas pueden pasarse varias horas diarias inactivos frente a la pantalla. "Durante esas horas puedes crear un montón de cosas. Aunque sólo sea un juguete para tu nieto, un pullover para un bebe o aprender un idioma. Los seres humanos deberíamos hacer más cosas", puntualiza.
Ana Luisa actúa como piensa, por eso, a sus 70 años, no deja de tener proyectos. Está preparando para el próximo año una nueva exposición de unos 20 cuadros sobre músicos y la música en general.
Este apartado no es una improvisación ya que de joven fue una de las mejores alumnas de Miró Mainou y realizó su primera muestra de forma individual en el Museo Canario, en 1958, poco después de recibir el primer premio de pintura Educación y Descanso.
Pese a que su faceta más conocida es la de escultora y pintora, su amor por el arte empezó a través de la música. De adolescente quería ser pianista e ir a París, pero finalmente las casualidades la llevaron hasta Suiza para estudiar en un colegio "de chicas" donde pasó tres años.
El destino hizo que cambiara de residencia y se marchó a Zurich cuando se casó con quien fuera su marido en los años sesenta. En esa ciudad terminó la carrera de piano. En los setenta empezó a pintar y comenzó a dedicarle más tiempo a las esculturas cuando volvió a Canarias, en la década de los ochenta.
Pese a que sus esculturas urbanas de bronce pueden ser admiradas por muchas personas a diario, Ana Luisa también realiza pequeñas esculturas. La última muestra que presentó en el CICCA, en 2005, estaba dedicada a los cuerpos y a la danza. Todavía recuerda sus primeras figuras.
Tenía alrededor de 15 años cuando cogió un poco de barro y empezó a moldear con sus manos la cara del que era su novio en ese entonces.
Realizar una escultura urbana no es tarea fácil, le lleva dos meses de trabajo moldear el barro, la escayola o el cemento para que después pueda ser realizado en bronce. Una ardua labor que ahora puede ser admirada en multitud de rincones ya que es la autora de las esculturas de Néstor Álamo, en Vegueta; de Bravo Murillo, en la calle que lleva su nombre de Las Palmas de Gran Canaria; de Mary Sánchez, en Las Canteras; de los niños jugando en la plazoleta Farray; de la mujer leyendo en el Campus Universitario de Tafira o de Sventhenius, en el Jardín Canario.
En el municipio de Santa Brígida se pueden ver los niños a piola o sentados en un banco. En Telde, la figura de John Lennon parece que camina por las ramblas de San Gregorio, el limpiabotas hace su trabajo en la plaza del mismo barrio y el segador de cañas permanece en Jinámar.
La chelista, los enamorados, el burro, la pastora canaria pueden verse en Agüimes, mientras que en Santa Lucía hay un homenaje a los abuelos, la empaquetadora de tomates, la madre con una niña, la windsurfista de Pozo Izquierdo o la pensadora. La diosa del mar está en Arguineguín y el equilibrista en San Agustín, pero también está la moyera, en Moya o Charlot en Guía.
Una de sus últimas creaciones "la Liberación de la mujer" fue colocada el año pasado en Sardina del Sur, en Santa Lucía, con sus más de dos metros de alto.
No sólo los grancanarios disfrutan de su arte de forma cotidiana. Las calles y plazas de Tenerife o La Gomera, de Madrid, incluso de Heidelberg o Hamburgo también albergan sus obras.
Muchos opinan que el arte ya no es un medio de vida, pero Benítez asegura que "se puede vivir de esto, pero aceptando cosas que tú no aceptarías si no tuvieras que vivir de ello. Pero yo no creo que haya nadie que haga siempre al 100% lo que le guste". Pero el arte de por sí no lleva al éxito ya que afirma que "hay gente buenísima que no la conoce nadie y mediocres que los conoce todo el mundo".
Reconoce que en Canarias se ha mucho por la cultura si compara lo que podía disfrutar en su juventud. Sin embargo, se lamenta de que los niños canarios no puedan ver un dibujo de Goya, ni de Picasso o de Dalí. "A un niño de Madrid, cuando tiene diez años, se le puede llevar al Prado, a museos donde ve obras de muchos siglos", afirma.
No reniega de los centros donde exponen arte vanguardista o actual, pero entiende que si se empieza por ahí sólo ven "la última página de un libro y tienes que haber leído el libro completo". Se lamenta de que en Canarias pase eso, "porque hay un hueco inmenso que no lo llena nadie porque no hay una pinacoteca".
Ana Luisa no se rinde, no quiere quedarse con los recuerdos, ni se aferra a los objetos. " Quiero vivir, quiero espacio para poner obras de arte. Yo sólo quiero seguir creando y viviendo como a mí me gusta. Quiero quitarme cosas para poner otras nuevas", asegura sonriente.
Esa energía que desprende a cada paso que da pueden verla los cientos de invitados que tienen el privilegio de acudir a la fiesta que ofrece todos los años en su casa. Una excusa para dar un concierto al piano, una de sus pasiones, y para reencontrase con amigos.
Una mujer con espíritu viajero que no entiende la vida sin el arte. Ana Luisa deja un legado inmenso de obras de arte pero también ha inculcado su pasión en su único hijo, Manuel Cyphelly, que ha heredado de su madre esa facilidad innata de plasmar en una escultura, con sus manos, todo lo que su mente imagina.
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